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Julio Llamazares: Las lágrimas de San Lorenzo



SINOPSIS:
Una emocionante historia sobre los paraísos e infiernos perdidos -padres e hijos, amantes y amigos, en-cuentros y despedidas- que recorren toda una vida entre la fugacidad del tiempo y los anclajes de la memo-ria.
«-Cada estrella que pasa —dijo Otto— es un verano de nuestra vida. -No —le corrigió Nadia, su novia, sin dejar de mirar al cielo—. Cada estrella que pasa es una vida.»
Un profesor de universidad que ha rodado por Europa como una bola del desierto sin echar raíces en nin-gún lugar regresa a Ibiza, donde pasó sus mejores años de joven, para asistir junto con su hijo, del que vive separado hace ya tiempo, a la lluvia de estrellas de la mágica noche de San Lorenzo. La contemplación del cielo, el olor del campo y del mar y el recuerdo de los días pasados desatan en él la melancolía, pero tam-bién la imaginación.
«— ¿La has visto? —me dice Pedro, mirándome. —Sí —le respondo yo. Da igual que la viera o no. Al niño le da lo mismo que sea verdad o mentira y, en el fondo, prefiere que le mienta con tal de compartir su emoción conmigo. Le he traído hasta aquí arriba para verlas. Lejos de las construcciones que ocupan toda la isla y cuyas luces alumbran la lejanía como si fuera un cielo invertido. Es imposible escapar de ellas por más que uno se aleje de donde están.»


Julio Llamazares nació en Vegamián (León) en 1955. Su obra abarca prácticamente todos los registros lite-rarios, desde la poesía —La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982)— a la literatura de viaje —El río del olvido (1990, Alfaguara, 2006), Trás-os-Montes (Alfaguara, 1998) Cuaderno del Duero (1999) y Las rosas de piedra (Alfaguara, 2008), primer volumen de un recorrido sin precedentes por España a través de sus catedrales—, pasando por la novela —Luna de lobos (1985), La lluvia amarilla (1988), Esce-nas de cine mudo (1994, Alfaguara, 2006) y El cielo de Madrid (Alfaguara, 2005)—, la crónica —El entierro de Genarín (1981)—, el relato corto —En mitad de ninguna parte(1995)— y el guión cinematográfico. Sus artículos periodísticos, que reflejan en todos sus términos las obsesiones propias de un narrador extraordi-nario, han sido recogidos en los libros En Babia (1991), Nadie escucha (Alfaguara, 1995) y Entre perro y lobo (Alfaguara, 2008). Su último libro es el volumen de relatos titulado Tanta pasión para nada (Alfaguara, 2011).


Fuente: Editorial Alfaguara

CRÍTICA:
Estamos ante una novela corta pero extensa en la narración, donde podemos comprobar que lo novelado es solo el comienzo de otra narración oculta que podemos encontrar dentro de las palabras, un juego entre autor y lector, donde el trabajo se realiza a medias, el primero enciende la chispa y el segundo bucea en todo aquello que no está dicho, que no está narrado, pero que se encuentra en aquellos espacios en blanco: entre las líneas, entre los párrafos y principalmente entre los capítulos; ese lugar donde se genera el espacio, ese lugar donde detenerse antes de seguir con la lectura del siguiente capítulo, donde el lector debe reflexionar sobre todo aquello que ha leído y excavar dentro de todo lo que rodea a aquello que ha sido narrado.
La narración se desarrolla durante la noche de San Lorenzo, que sirve como marco y motivo para que un padre y un hijo pasen dicha noche juntos observando el paso de las estrellas por el firmamento. En ella se desarrollarán diferentes diálogos entre ambos personajes y también monólogos que enuncia el padre a lo largo de los silencios, narrando acontecimientos importantes en su vida y mencionando a todas aquellas personas que formaron parte de la misma.
Al terminar de leer el libro, comprobé una evolución en la narración de nuestro autor, una evolución que transita desde la estética de anteriores novelas hacia un camino ético que queda marcado en la propia trayectoria del personaje principal. No pude dejar de recordar otras novelas que había leído anteriormente, como las novelas orientales que pude descubrir de la mano de Baricco, pero en esta obra podía comprobar mayor hondura. Nuestra novela, al contrario que aquellas, no se sirve de la narración como justificación para la demostración estética y poética, estamos ante todo lo contrario, donde la narración se encuentra en todos aquellos momentos que podríamos considerar estético y que nos arrastra hacia un pensamiento ético, un pensamiento que nos lleva por la experiencia de una vida narrada en primera persona y que utiliza la dialéctica, tanto en el diálogo con el hijo principalmente y en los monólogos del narrador protagonista, como medio para llegar a lo que verdaderamente importa: a la reflexión sobre la vida, el paso del tiempo, el amor, la amistad, la paternidad. Ya no interesan esos sentimientos que eran temas centrales en los anteriores libros como materia prima, que siempre podemos seguir encontrando en los textos de nuestro autor, la narración intenta que estos sentimientos sirvan para un aprendizaje mayor, aunque podría decir que en el caso de esta novela sería más correcto aprehender, donde debemos agarrar todo aquello que nos interesa como seres humanos definidos por aquellas preguntas que nos amenazan constantemente en nuestra existencia, que reflejan nuestra vida y la de todos los seres humanos, que nos permiten crecer con la experiencia de ese personaje protagonista que nos narra su historia; su vida.
En cuanto al trabajo del escritor comprobamos la importancia de la estructura en la novela, el repartir la narración en capítulos cortos facilita no solo una lectura ordenada sino que permite que la peripecia narra-da termine cerrada en cada uno de ellos: tanto en un fin en sí mismos como en una parte completa de esa totalidad que no es mostrada. Interesante la utilización de los diálogos para definir a los personajes y facilitar la posición del lector como receptor en primera mano de toda la historia, sin olvidar que son narradas por un personaje y su punto de vista siempre es muy subjetiva, y que permite que extraigamos nuestras propias conclusiones a partir de las experiencias que son noveladas. Concluyendo la novela en un final abierto que posibilita el pensamiento en la historia y un trabajo posterior que debe cerrar el lector.
La caracterización de los personajes me parece muy cuidada, tanto en el tono del protagonista como la de todos aquellos personajes que van formando parte de su vida y de la trama, pero me interesa mucho más la verosimilitud que le proporciona al hijo del protagonista porque en él muestra unos límites propios de la edad y que difícilmente se respetan en las novelas; su mundo es muy cerrado, pero tampoco su personaje puede ir más allá de una vida que aún no ha vivido y que prioriza pensamientos lógicos para su edad. Fundamental es el orden de los hechos utilizando dos planos bien diferenciados, ambos separados pero utilizados de forma lineal: pasado y presente. La trama queda reflejada en dos espacios temporales: un presente que sirve de marco para narrar todas aquellas situaciones que sucedieron en el pasado y que son complementarias de los pensamientos que surgen en el tiempo presente donde ocurre la narración, donde el protagonista nos muestra todas esas conclusiones que desarrolla a través de los acontecimientos sucedidos en su vida.
Durante la lectura uno va comprobando como el trabajo del escritor en esta novela ha sido más de destruir que de construir, o mejor dicho, de excavar, de apartar todo aquello que no necesitaba para la narración y que impedía transmitir la idea principal del texto con la fuerza necesaria, que estorbaría para que el lector realizara su labor, eliminar aquello que no permitía que la reflexión produjera los efectos buscados; una reflexión compartida por ese triángulo formado por el escritor-personaje-lector.
Siempre produce placer encontrar buenos libros, donde el autor nos quiere transmitir más, que sus palabras transporta mayor significación que aquella que encontramos en el campo semántico, donde aquello que se narra nos quiere contar algo más y que ese trabajo de descubrimiento lo debe realizar el lector.


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